Rafael es sincero en sus intenciones cuando dice que quiere meter sus manos
en la justicia. Bueno, medio sincero nomás. No dice que los pies los tiene
bien metidos desde hace rato, y yo, de puro comedido y algo de metido, les
presento aquí los resultados:
La justicia de Rafael respeta a la familia. Por eso no hace nada para
sancionar a quienes fueron los responsables de que su ñaño Fabricio tenga
cientos de millones de dólares en contratos con el Estado, según la comisión
que revisó el caso, y que nadie, nadie de su impoluto Gobierno, ni siquiera
haya sido interrogado por la Fiscalía para saber cómo es que el hermano
sabroso les metió tremendo gol por el ojo tuerto. Silencio absoluto. Y de
remate, es el único que se les ha burlado en la cara y les ha insinuado
hasta ser mariquitas a los del entorno del poder, pero nadie se mete con él.
Familia es familia, como se decía en los buenos tiempos italianos.
La justicia de Rafael tiene su creación perfecta en la Fiscalía. Fiscal
general elegante, refinado, graduado en Lovaina y leal, porque respeta la
sangre de la realeza. ¿Qué más quieren? ¿Justicia? Bueno, piden demasiado,
pero algo se hace. Les cuento un caso como ejemplo. Cierto día, una señorita
colombiana cruzaba una calle de Quito y un carro de la Fiscalía la mató.
Muchas personas, seguramente de la oposición que pasaban por ahí, dijeron
que una señora manejaba. Pero no. Luego de eso, un policía, chofer de la
señora, quien resultó ser la esposa del fiscal elegante, dijo que fue él a
quien lo invadió el espíritu maligno de Fernando Alonso. Y ya. Rapidito, la
justicia funcionó, y el policía apurado fue sentenciado. ¿Ya ven que
funciona la justicia? ¿Por qué será que quedó en el ambiente un tufo de
impunidad?
La justicia de Rafael valora la amistad. Raúl Carrión, quien se autoproclamó
dueño del circo, está libre, y en el Ministerio del Deporte a nadie le
preocupan las obras que se perjudicaron gracias al comecheques y sus amigos.
Caroline Chang compró furgonetas adaptadas como ambulancias y sigue feliz de
la vida. Hasta los ministros que dejaron sin energía eléctrica a todo el
país, vuelven orondos a cumplir con igual eficiencia la misma tarea, como
don Esteban Albornoz. Bueno, no todos vuelven. El comandante Juan está
resentido, porque otros rojos siguen en el poder y a él le impiden su
regreso triunfal.
La justicia de Rafael le gana a la justicia divina. Por eso, solo está
esperando que a los policías relajosos del 30 de septiembre los sentencien
en los tribunales y sufran un poquito para, después de eso, darles su
perdón. Se llama indulto. Y él lo aplicará, porque su justicia es
benevolente, compasiva, piadosa. Si los condenados le suplican su perdón, él
se los concederá, porque, en el fondo, su fachada de hombre duro es
necesaria para conseguir el arrepentimiento sincero de los pecadores, a
quienes mandará de penitencia cantar quinientas veces “Patria” y rezar dos
avemarías.
La justicia de Rafael es lo mejor que nos puede pasar. ¿Alguien tiene dudas?