miércoles, 21 de abril de 2010

Por suerte duele


Por suerte duele
10/29/2009
Por Bernardo Acosta
¿Qué produce angustia, hambre, delincuencia, divorcios? El desempleo. Sí, qué dura es la desocupación. Cómo duele. Pero… por suerte duele.
El dolor es un aviso de precaución y gracias a él podemos evitar daños severos. Si uno pone la mano sobre una estufa encendida, la quita inmediatamente. Sin ese bendito dolor nos chamuscaríamos facilito. Algunas personas nacen con una deficiencia genética que les impide sentir dolor y, claro, casi nunca llegan a la adultez. Por eso, qué suerte poder sentir dolor.
La sociedad ecuatoriana está padeciendo un dolor cruel. De septiembre del año pasado a septiembre de este año, las plazas de empleo pleno se redujeron en un 12%. ¡Ayayai!
No solo sufren los que han perdido su trabajo, sino toda la sociedad. En una reciente encuesta que averiguaba si alguno de sus familiares ha perdido su empleo en el último año, el 42% respondió que sí. Y en un sondeo que indagaba si algún miembro de su familia ha sido asaltado en el último año, el 39% contestó afirmativamente. Mucha causalidad. La gente no roba por placer; lo hace por necesidad. Maldito desempleo. Cómo duele.
Las causas de la masiva desocupación se resumen en dos palabras: legislación y desconfianza. Durante el último par de años se han aprobado leyes que castigan la generación de empleo, como las reiterativas reformas tributarias que exprimen al inversionista, el alza salarial sin tomar en cuenta la productividad o la eliminación de la contratación por horas.
Ese tipo de reformas, atadas a un manejo económico errático y a un discurso oficial hostil, han gestado una desconfianza colosal. Esa desconfianza ha provocado que los inversionistas huyan y la gente compre menos. Con menos inversión y consumo, los empleos desaparecen.
Cómo serán los efectos de las reformas legales y de la desconfianza que, pese a los ingentes empleos creados por el sector público, ya sea de forma directa –como en alguno de los novísimos ministerios– o de forma indirecta –como en alguna de las carreteras que el ñaño estaba encargado de construir o a través de los préstamos de la banca pública–, en un solo año se perdieron más de 218 mil empleos plenos.
La mano está cerca de la hornilla. Y duele. El Gobierno pretende mitigar el ardor aplicando un hielito, que, a esa temperatura, se derretirá enseguida. Eso es lo que significa destinar aún más gasto público para resolver la gravísima contracción del empleo. Lo lógico sería alejar la mano del calor, es decir, promover leyes que fomenten la generación de empleo y sembrar confianza.
El dolor que nos aqueja es una señal de que algo estamos haciendo mal. Aún podemos evitar más emigración, suicidios, resentimiento y vidas miserables.

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